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4 domingo de Cuaresma: ¡Regocijémonos! Celebración familiar con el hijo mayor y el menor…

Sí, es el domingo de la alegría: estamos en la mitad de la Cuaresma, ¿por qué regocijarnos? Como en el pasado la Cuaresma era un tiempo riguroso, la gente se alegraba de llegar a la mitad. Esta es una buena razón, pero mejor deberíamos decir que nos alegra pensar que evocamos la fiesta de la Pascua. Esta fiesta celebra la vida nueva que Cristo inauguró con su resurrección y que los futuros bautizados estarán llamados a compartir de verdad. En la primera lectura, celebramos la entrada en la Tierra Prometida. En la segunda lectura, san Pablo nos dice de manera magnífica que Dios ha hecho que el mundo se reconcilie con Él, que ha pasado por alto las faltas de la humanidad y que esto crea un mundo nuevo. Estas lecturas hacen eco de la parábola del hijo pródigo, donde vemos que el Padre no tiene en cuenta las graves faltas de su hijo: lo perdona y le abre los brazos. Aquí tenemos la revelación del verdadero rostro de Dios, el que nos muestra la infinita misericordia de nuestro Padre quien todo lo perdona.

Sí, lo repito, este es el domingo de la alegría. Festejamos la alegría del padre que celebra el regreso del hijo que creía perdido. Este el banquete del honor recobrado y de la reconciliación. A nosotros, que estamos en esta iglesia llamada «Santuario de la Misericordia», este Evangelio nos interpela particularmente. Tal vez seamos ese padre atribulado que espera a su hijo, o podemos ser ese hijo mayor serio que se queda con su padre, o quizás seamos ese hijo menor que quiere tenerlo todo y cree que está en lo «correcto». La respuesta depende de cada persona. Por último, sea cual sea nuestra respuesta, sentémonos a la mesa, demos un banquete abierto a todos, que reúna a nuestros hermanos y hermanas en un espíritu de reconciliación. Recordemos también que este es el mismo banquete que el Señor nos preparará cuando llegue el momento, ya que Él nos espera a todos tras nuestro paso por el mundo. En el menú se anuncia: alegría, paz, amor, perdón, todo esto gratis, sin siquiera una propina. Esta parábola nos muestra que al Padre no le interesan los cálculos, no quiere oír hablar de méritos. Esta parábola nos muestra que el Padre está a kilómetros de los cálculos, no quiere oír hablar de méritos. «Pues todo lo mío es tuyo». Y Él no obliga a su hijo a volver, respeta su libertad. Con Dios, no se trata de cálculos, con Él solo se habla de amor, de celebración.

«Gusten y vean cuán bueno es el Señor. Mírenlo a él y serán iluminados y no tendrán más cara de frustrados»