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60 años de la Misión CND en Guatemala

Estimadas hermanas, amigas y amigos,

Es con mucha alegría y gratitud que comparto con mis hermanas de la región Nuestra Señora de Guadalupe, y con otras personas, algunas de las experiencias que viví en las misiones y comunidades junto a mis hermanas de la CND y con el pueblo guatemalteco.

Tuve el privilegio de vivir con nuestras hermanas CND y con el pueblo de Guatemala en varias comunidades: algunos de los pueblos y ciudades fueron Cuilco, Huehuetenango; El Ixcán, El Quiché; Tierra Nueva y Zona 3, Ciudad de Guatemala; Sipacapa, San Marcos; y Olintepeque, Quetzeltenango.

Cada una de estas misiones o comunidades tenía su propio “sabor” particular. Fueron únicas y especiales para mí. Algunos pueblos estaban en las altas montañas y tenían un clima frío, otros en zonas más cálidas o en ambientes tropicales.

La gente era acogedora, cálida y amistosa. Compartía con nosotras sus historias, sus luchas, su fe, sus esperanzas y sus temores. Las personas tenían muy pocos bienes materiales. ¡En muchos casos eran personas pobres y luchadoras! Ellas rezaban con nosotras y compartían sus alimentos (tortillas, arroz, frijoles, etc.). Hablaban de sus vidas y dificultades. A menudo decían: “Solo Dios”, como expresión de que solo en Dios encontraban su fuerza, su protección y su esperanza. Estas personas marcaron profundamente mi vida y mis decisiones futuras.

Nosotras, las hermanas de la CND, escuchamos, aprendimos y compartimos nuestra fe con estas personas mientras vivíamos o visitábamos los pueblos y aldeas. ¡Ellas fueron, para mí, nuestras verdaderas maestras!

Su estilo de vida, su fe, su valentía, sus luchas, su sencillez, la pobreza y las injusticias que vivían impactaron profundamente mi vida y mi fe. Transformaron mi forma de pensar, de orar, de ser y de actuar. ¡Me sentía como en casa estando con ellas!

La mayoría de las personas con quienes compartimos y a las que acompañamos eran de origen maya e indígena ladino. Los pueblos indígenas de estas comunidades compartieron sus historias de lucha, sufrimiento e injusticia.

Vi personalmente los efectos del cambio climático en las zonas de misión en las que vivíamos. Fuimos testigos de huracanes, inundaciones, pérdida de vidas, arroyos y ríos contaminados, destrucción de viviendas, casas arrasadas, sequías, pérdida de cosechas, entre otros.

En las ciudades, la contaminación era ¡insoportable! Había un humo negro tóxico de los autobuses viejos o reacondicionados, los vapores nocivos, los malos olores, la comida podrida y los residuos de los basureros. La mayoría de las familias o personas que vivían en estas zonas sufrían problemas de salud. Muchas de ellas no podían pagar una consulta médica ni comprar medicamentos.

Las familias que recolectaban materiales en los basureros vivían al lado de estos sitios. Muchas sufrían enfermedades, pero aun así continuaban trabajando y viviendo allí. Vendían en el mercado los materiales recuperados en el basurero para poder alimentar a sus familias.

En las comunidades donde vivíamos también estaban presentes empresas mineras, incluso algunas canadienses. Estas compañías afectaban gravemente la salud de las familias al contaminar sus fuentes de agua con productos químicos tóxicos, agua que usaban para beber, lavar, bañarse, cocinar, etc.

Los arroyos y ríos se contaminaban con estos productos químicos tóxicos peligrosos para las familias y que causaban infecciones y llagas en el cuerpo de niños y adultos. ¡Fuimos testigos del sufrimiento de los niños!

Algunas personas de la comunidad trabajaban en las minas. Si alguien protestaba o denunciaba a la empresa minera por estas prácticas injustas, las personas de la comunidad recibían amenazas y podían perder su trabajo. ¡Vivían con miedo y sin voz frente a estas poderosas empresas! ¡Qué inhumanidad con el pueblo!

Nosotras, las hermanas de la CND, junto con miembros de las diócesis católicas de Huehuetenango, Guatemala y de México (obispos, sacerdotes, religiosas, laicos, catequistas, docentes, líderes indígenas, ONG internacionales, voluntarios y representantes del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados [ACNUR]), nos organizamos para dar “la bienvenida” a los refugiados guatemaltecos que, después de muchos años en el exilio en México, regresaban a vivir a su país, Guatemala.

Los refugiados eran pueblos mayas que habían huido de las masacres de los años 70 y 80, cuando sus familias fueron asesinadas y sus aldeas quemadas por el ejército guatemalteco. Estas masacres fueron ordenadas por el gobierno guatemalteco durante la Guerra de los 36 Años (1970-1996). Los sobrevivientes encontraron refugio en México gracias al apoyo de la Iglesia católica mexicana que les ofreció refugio durante años.

En enero de 1993, después de años de negociaciones entre los gobiernos de México y Guatemala, ACNUR, las Iglesias católicas de ambos países, voluntarios internacionales, autoridades locales y líderes indígenas, se realizó el primer retorno de refugiados. Otros retornos se dieron en los meses siguientes.

Las familias refugiadas guatemaltecas viajaron, desde sus lugares de refugio en México, cientos de kilómetros en 66 autobuses sobrecargados, con sus pocas pertenencias empacadas en bolsas grandes de maíz.

¡Llegaron a la frontera guatemalteca cansadas, hambrientas y llenas de miedo! Temían al ejército guatemalteco al recordar la masacre de sus familiares y su huida a México. La presencia de los miembros de la Iglesia católica y de la comunidad internacional, voluntarios y personas que los acompañaban fue una garantía de seguridad en su viaje de regreso a Guatemala, después de muchos años. La presencia de representantes de la Iglesia y de la comunidad internacional fue para ellas una señal de seguridad.

La caravana de autobuses duró cinco días con paradas para dormir. Durante su largo viaje, personas de todas las confesiones religiosas en Guatemala ofrecieron alojamiento y alimentación a los refugiados. Muchos guatemaltecos saludaban a los refugiados al pasar los autobuses por la carretera Panamericana. Las personas les ofrecían bocadillos/tortillas, etc., que eran bien recibidos por las familias en los autobuses.

Nosotras, las hermanas de la CND, y otras personas de las Diócesis Católicas de Huehuetenango, acompañamos a las familias en los autobuses. (2 voluntarios por autobús)

El viaje fue largo y finalmente llegaron a la llamada “Tierra Prometida”, una zona selvática de Guatemala. Después de cortar los árboles y limpiar el terreno, comenzaron a instalarse en viviendas provisionales.

Nosotras, las hermanas de la CND, vivimos un tiempo con este primer grupo de refugiados.

Ese tiempo fue para nosotras y para quienes lo compartieron, un “tiempo sagrado”. Sabíamos que la vida no iba a ser fácil para estas familias que comenzaban a establecerse en la tierra nueva que les habían sido asignadas. Se celebró una misa de acción de gracias por su llegada a esta tierra nueva. Asistieron muchas personas de la Iglesia católica y de la comunidad internacional. Fue una alegre celebración que tuvo lugar el 2 de febrero de 1996, fiesta de la Virgen María. Estas familias guatemaltecas vivieron muchos cambios y se atrevieron a seguir adelante.

Fue una alegría estar con nuestras hermanas en Tierra Nueva, en nuestra casa de formación. También me conmovió e inspiró la fe, la oración y el amor compartidos por nuestras personas asociadas, ¡especialmente su amor por Sta. Marguerite Bourgeoys!

Cuando reflexiono sobre el cambio y la transformación, recuerdo las palabras del padre Ron Rolheiser, OMI, sacerdote, autor y director de retiros, quien dijo: “¡La transformación comienza cuando aprendemos a ver y amar el mundo tal como es!”.

¿Cómo aprendo a amar, a perdonar a los que oprimen a los pobres de nuestro Planeta Tierra? ¿Qué hago para permitir que ese cambio ocurra en mí y sea transformada?

Creo que el Espíritu de Dios está soplando ese cambio en mí y en nosotras, al orar por una apertura al Espíritu que nos invita a la acción.

Me disgustaba y me sentía impotente al ver las injusticias que vivía el pueblo. Pero también sentíamos la urgencia de denunciar esas injusticias y de solidarizarnos con las personas oprimidas.

Jesús nos invita a amar y a acoger al otro con sus dones y diferencias, como Él lo hace. El cambio y la transformación requieren tiempo, pero con la gracia y la ayuda de Dios, podemos aprender a aceptar los cambios en nosotras mismas y en nuestras vidas. Sea cual sea el cambio que Dios nos pide, es Dios quien lo realiza con nosotras y en nosotras. Seguimos confiando en nuestro futuro, sea cual sea, porque está en manos de Dios. Somos hermanas de esperanza y amor, y continuamos sembrando “semillas de esperanza” en todas las personas que encontramos.

Me uno a todas mis hermanas y personas asociadas de la región Nuestra Señora de Guadalupe para dar gracias a Dios por el privilegio de haber compartido la misión con el pueblo de Guatemala durante estos 60 años llenos de gracia. ¡Y doy gracias a Dios por cada una de ustedes!

¡Feliz y bendecida celebración! ¡Saludos a cada hermana!

Con cariño y un abrazo fuerte,

Su hermana,

Paula