Las fundadoras
A finales de los años 20, las hermanas de la Congrégation de Notre-Dame fueron llamadas a colaborar en las misiones. En aquella época, el mundo misionero católico estaba floreciendo. De hecho, el papa Pío XI colocó la obra misionera por encima de las demás obras católicas.
Se pidió a las hermanas de la Congrégation de Notre-Dame que fueran en misión a Kagoshima en el sur de Japón, a Seúl en Corea, a Tierra Santa, así como al Extremo Norte canadiense. Al final, se tomó la decisión de establecer una misión en Japón.
En 1932, el Consejo General de la Congregación lo comunicó a las hermanas. Hubo un gran entusiasmo. La hermana Saint-Arcadius (Rose Olivier), que en ese tiempo ya tenía 68 años, se ofreció para abrir esta nueva misión. La acompañó la hermana Sainte-Marie-Damase (Laura Gauthier-Landreville), de 47 años, enfermera, la hermana Sainte-Jeanne-d'Aza (Antoinette Castonguay), de 41 años, profesora de francés, la hermana Sainte Marguerite de-I'Enfant-Jésus (Rose Cauchon), de 30 años, profesora de piano y la hermana Sainte-Marie-Agnès-de-la-Charité (Agnès Ponton), de 40 años, cocinera.
En ese tiempo, ir en misión a una tierra lejana significaba irse por muchos años y tener pocos medios para comunicarse con la comunidad y los seres queridos en Canadá. La madre superiora de la Congregación concedió a las hermanas misioneras una semana para visitar a sus respectivas familias. También hicieron una peregrinación al Oratorio San José y a la capilla Notre-Dame-de-Bon-Secours.
El domingo 2 de octubre de 1932, partieron de la Casa Madre en Montreal, Quebec. Este fue un momento especial. Después de una misa de partida, la comunidad de la Casa Madre, las candidatas, las hermanas novicias y las hermanas que habían pronunciado sus votos temporales se reunieron en la amplia entrada y en la escalinata; las alumnas de la Escuela Normal formaron una fila hasta la calle Sherbrooke. Se cantó el Avis Maris Stella mientras las hermanas misioneras partían hacia la estación de trenes, acompañadas por sus padres y hermanas superiores.
El viaje a Japón duró 18 días. Primero, el viaje en tren de Montreal a Vancouver, desde el 2 de octubre por la noche hasta el 6 de octubre por la mañana, incluida una parada de 45 minutos en Winnipeg. Luego, una estadía de dos días en Vancouver con las Hermanas de la Inmaculada Concepción. Del 8 al 19 de octubre, las hermanas cruzaron el Pacífico en el Empress of Asia. En Tokio fueron recibidas por las Hermanas de San Pablo de Chartres, con las que pasaron la primera noche. Finalmente, el 20 de octubre, tomaron el tren hacia su destino, la ciudad de Fukushima, que en ese momento contaba con unos 40 000 habitantes, entre los que sólo había una familia extranjera.
Como convento temporal para su misión “Nuestra Señora del Sol Naciente”, las hermanas alquilaron la antigua casa de un pastor protestante. El edificio era una combinación de estilo europeo y japonés. Las hermanas se instalaron en la parte europea, amueblada muy modestamente. Cuando llegaron, encontraron en las habitaciones colchones de paja de arroz sobre camas de hierro. En el salón transformado en capilla, el altar y los reclinatorios estaban hechos con madera de cajas desmontadas. La madera era natural y no había sido cepillada. Junto a la casa había una vivienda japonesa. Ahí vivía una familia, la madre, sus dos hijas y dos hijos, que se encargaban de cuidar la propiedad. Eran muy amables y prestaban muchos servicios a la “familia extranjera”, la madre y sus cuatro hijas, según concluyeron.
Las semanas después de su llegada, las misioneras se ocuparon primero de instalarse en la casa, que llevaba dos años desocupada e infestada de ratas. Las ratas llegaron a subirse a los reclinatorios mientras las hermanas se reunían e incluso mordieron la nariz de la hermana Sainte-Marie-Agnès-de-la-Charité mientras dormía, dejándole una herida que requirió dos puntos de sutura. Afortunadamente, la adopción de un gato resolvió este problema de infestación.
Después de instalarse, las hermanas se dedicaron a estudiar el idioma, que aprendieron a dominar gracias a los servicios de dos jóvenes sugeridas por el padre Ebi, párroco. Además, siguiendo la sugerencia del padre Ebi, el 12 de noviembre, un mes después de su llegada, la hermana Sainte-Marie-Agnès-de-la-Charité ya había comenzado a dar clases de cocina “extranjera”. Tuvo, pues, el honor de ser la primera misionera de la Congregación en acoger estudiantes japoneses.
Las hermanas estuvieron muy ocupadas desde que llegaron. Como salían a menudo de su convento, eran conocidas en la ciudad. Además de las clases de cocina, daban clases de canto, piano, francés, inglés y bordado. También daban catequesis y ofrecían sus servicios a la parroquia. Poco a poco, fueron conociendo a los japoneses.
En enero de 1933, las hermanas comenzaron el proceso de adquisición de terrenos con el fin de construir un convento. El proceso de compra de los terrenos tardó más de un año en finalizar las transacciones con los numerosos propietarios. Siguiendo los planos elaborados por la hermana Saint-Arcadius, superiora, y el señor Svagr, arquitecto, la construcción comenzó en el verano de 1934. El convento se inauguró en mayo de 1935 y en él se abrió el noviciado.
En anticipación a la apertura de su dispensario, la hermana Sainte-Marie-Damase, enfermera, viajó a Sapporo, al Hospital Nuestra Señora de los Ángeles de las Hermanas Franciscanas Misioneras de María, para adquirir el vocabulario técnico de su profesión.
Fue hasta 1936 que las autoridades concedieron a las hermanas de la Congrégation de Notre-Dame el permiso para abrir el dispensario. En marzo de 1938, obtuvieron finalmente el permiso para abrir un kindergarten.
Cuando la hermana Saint-Arcadius terminó su mandato de seis años como superiora y dejó Japón el 15 de junio de 1938, la misión de Nuestra Señora del Sol Naciente ya estaba bien establecida.