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Nuevos comienzos (2)

Un año nuevo trae consigo nuevos propósitos, reimaginar quiénes podríamos ser, cómo podríamos vivir de forma más plena, más sostenible y más unida. Un año nuevo también ofrece oportunidades para recordar y reflexionar. Como hija de un militar, tuve cuatro grandes mudanzas en mi infancia: de Alemania a Maryland, a Texas, a Inglaterra y de regreso a Texas. Cada nueva misión del teniente coronel Osgood era un nuevo comienzo para mí. Aprendí a encajarme en los grupos de amigos establecidos, a determinar las normas sociales propias de cada grupo y a adaptar rápidamente mi manera de hablar para no destacar. Los prerrequisitos de los cursos eran a menudo un problema, y sé lo que es sentirse perdido en el material – la mezcla de miedo, estupidez y determinación para superar el obstáculo. Recuerdo haberme reinventado intencionalmente y haber adaptado mi personalidad, eliminando rasgos que no me gustaban y adoptando una personalidad más optimista con cada mudanza.

Al recordar aquellos tiempos, siento una punzada de tristeza, y me pregunto por qué sentía que tenía que cambiar. Fue solo hasta que llegué a la edad adulta que cada nuevo traslado me permitió ser más yo misma en lugar de ser menos. Tengo más seguridad y una mejor comprensión de quién soy. Ya no (trato de) disculparme, criticarme o cambiarme para adaptarme al lugar. Me siento más cómoda, descubriendo y abrazando todo mi ser, y presentándolo a las personas que conozco. La formación jugó un papel importante a la hora de aprender a verme como Dios me ve, como un ser inequívocamente único y amado.

Múltiples versículos de la Biblia proclaman que Dios se deleita en mí (Sofonías, Salmos, Isaías), y como novicia, esa palabra en particular penetró los muros protectores de mi corazón. Deleitarse es mucho más que apreciar o gozar. Deleitarse es que a uno se le iluminen los ojos. Uno se deleita con un niño o un cachorro, desbordado y rebosante de emoción. Un abuelo se deleita en uno y en las pequeñas cosas maravillosas que uno hace, como caminar por una habitación o hacer un dibujo terriblemente imperfecto. Dios se deleita en nosotras simplemente porque existimos, no en nuestras acciones o logros, sino en lo más profundo de nosotras mismas. Aprendí, como tantas personas que llegan a los treinta años, a estar agradecida por la maravillosa persona rara que Dios hizo de mí, por medio de la naturaleza, la educación y las numerosas decisiones que tomé a lo largo de mi vida.

Si Dios se deleita en mí, quizá yo también debería hacerlo.