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Hermana Atsuko Nakamoto, en busca del corazón de Marguerite Bourgeoys

Yo soy una hermana de la Congrégation de Notre-Dame (CND). El 1 de abril de 2013 salí del Japón para realizar una misión de un año como miembro de la Comunidad Internacional ubicada en la Casa Madre en Montreal.

Primero, permítanme introducirles brevemente la historia de la CND en Japón. Fue en 1932 que cinco hermanas franco­cana­dienses cruzaron el océano Pacífico a petición de un Obispo Dominico canadiense encargado de la Iglesia Católica en el distrito de Tohoku en Japón. Las hermanas establecieron su misión en la ciudad de Fukushima, un pequeño pueblo agrícola ubicado 240 km al noreste de Tokio. Aunque las hermanas de habla francesa casi no podían comunicarse con la población local, fueron acogidas amablemente por el pequeño grupo de católicos así como por los no católicos, sin importar su religión.

Su trabajo misionero creció en la ciudad de Fukushima. Construyeron un edificio nuevo para el convento y abrieron un kínder. Sin embargo, la nube de la guerra comenzó a volar sobre Japón.

La Guerra del Pacífico estalló en 1941. El convento fue confiscado por el ejército japonés y fue convertido en un campo de internamiento para los ciudadanos extranjeros. Algunas de las hermanas canadienses regresaron a Canadá, mientras otras fueron puestas bajo arresto domiciliario y trasladadas a Aizu, una región en el interior de la Prefectura de Fukushima.

No tenían medios de comunicación con el mundo exterior y fueron obligadas a vivir con privaciones. Lo que las salvó fue la ayuda de tres postulantas japonesas que rehusaron dejar la Congregación a pesar de los consejos de los sacerdotes japoneses. Ellas se quedaron con las hermanas canadienses, proveían de manera secreta alimentos y las demás necesidades. Oraban juntas y esperaban que hubiera paz.

La guerra que comenzó en la fiesta de Nuestra Señora de la Inmaculada Concepción terminó finalmente en 1945, en la fiesta de la Asunción de la Santísima Virgen María. Todas las hermanas canadienses internas en Aizu pudieron regresar a la ciudad de Fukushima. Después de la guerra, las hermanas acogieron a los huérfanos de la guerra. El siguiente año, abrieron la escuela primaria. Entre los estudiantes estaban los huérfanos de la guerra.

Después de la guerra, las escuelas CND se expandieron en Japón. Ahora tenemos en Fukushima un kínder, una escuela primaria, una escuela secundaria y una escuela profesional de dos años; en Tokio tenemos un kínder y una residencia para jóvenes; y en Kita-Kyushu tenemos una escuela primaria, una escuela de educación media y una escuela secundaria. Actualmente, setenta hermanas CND incluyendo siete hermanas canadienses están comprometidas en el trabajo educativo y apostólico en Japón.

Mis padres son católicos y yo fui bautizada de pequeña, algo bastante inusual en Japón porque la mayoría de los japoneses se denominan tanto shintistas como budistas. Yo fui educada durante 12 años en una escuela CND en la ciudad de Kita-Kyushu y estudié 4 años en la universidad de Tokio viviendo en la residencia para estudiantes de la CND de Chofu. Fue en la primaria que me encontré por primera vez con Marguerite Bourgeoys, cuando tenía seis años. Lo que más recuerdo de mis años escolares es la sonrisa de una hermana canadiense de descendencia irlandesa. Nunca olvidé su brillante y amable sonrisa.

En el noviciado, una de las cinco hermanas pioneras que llegaron a Japón en 1932 me enseñó la historia de la CND y la música. Aunque nunca me contó con sus propias palabras las dificultadas y adversidades que experimentó cuando llegó por primera vez y especialmente durante la guerra, yo podía percibir la razón por la que se quedó en Japón: su gran amor a Jesús, a María y a nuestra Fundadora. Ella se quedó en Japón porque era la voluntad de Dios; porque María estaba con ella; y porque Marguerite hubiera hecho lo mismo. Cuando reflexioné acerca de la vida de la hermana a la luz de la vida de Marguerite, logré comprender mejor a Marguerite y su grandeza. La hermana murió un año y 2 meses antes de mis primeros votos y me dieron su cruz.

Después de hacer mis votos perpetuos, me convertí en maestra y enseñé japonés en las escuelas secundarias de Fukushima y Kita-Kyushu. Fueron días ocupados, pero la interacción con los jóvenes estudiantes fue una experiencia gratificante. Algunos de nuestros nuevos estudiantes estaban desconsolados porque habían fallado los exámenes de ingreso a otras escuelas, pero nosotras los recibíamos cálidamente en las escuelas CND, donde aprendieron: Porque tú vales mucho a mis ojos… y eres importante para mí (Isaías 43:4). Nada me ha dado más placer que verlos recobrar su autoestima y levantarse nuevamente.

Sin embargo, algunas veces me cuestionaba a mí misma. Antes de entrar a la vida religiosa yo daba clases en una escuela protestante y conocí a muchos maestros laicos entregados. Ellos enseñaban la palabra de Dios en la adoración de la mañana, y luego pasaban a las aulas para enseñar y guiar a los estudiantes. ¿Cuál es la diferencia entre ellos y una maestra como yo, una hermana? Esta pregunta ha estado rondando mi mente. Cuando me ofrecieron la misión de un año en Montreal, pensé que esta sería la oportunidad de apartarme un poco de mi vida de enseñanza, y reflexionar esta pregunta.

Después de llegar a Canadá, caminé alrededor de Montreal, con mapa en la mano, cuando tenía tiempo. Visité museos e iglesias, comencé con la Capilla Notre-Dame-de-Bon-Secours. Visité el Viejo Montreal donde nuestra Fundadora abrió la primera escuela. Visité las Dos Torres del Gran Seminario donde nuestras hermanas enseñaban a las amerindias. Vi los retratos de Santa Marguerite y estatuas en muchas iglesias. Muchos lugares llevan el nombre de nuestra Fundadora. Todo lo que he visto y escuchado son testimonio de lo querida que es ella para la gente de Montreal.

El material histórico y arqueológico me enseñó cuán dura fue la vida de Marguerite en los comienzos de Montreal. El 16 de noviembre caminé alrededor del Viejo Puerto de Montreal, el mismo día que Marguerite llegó al puerto de Ville Marie hace casi cinco siglos. El aire estaba bastante frío. El puerto estaba bastante solo y casi todos los árboles habían perdido sus hojas. ¡Luego llegó un invierno extremadamente duro!

Leí de nuevo los escritos y biografías de Marguerite. Pude sentir entre líneas su soledad y temor hacia lo desconocido. En su Francia natal, hizo un voto privado, vivió una vida consagrada y estaba involucrada en actividades de voluntariado. Pero eligió dejar su comodidad y tuvo el valor de aventurarse a un mundo nuevo. Siguiendo los planes de Dios, se entregó al servicio de las personas y a la enseñanza de las Buenas Nuevas, el Evangelio. Fundó con sus compañeras una comunidad religiosa externa. Al mirar hacia atrás, desde el Montreal de hoy a aquellos días en Ville Marie, fui conmovida más que nunca por el valor y los logros extraordinarios de Marguerite.

Existen muchas personas grandes en el mundo que construyeron un país. La grandeza de Marguerite no fue solamente su contribución en la construcción de Ville Marie. Fue sobre todo en el establecimiento de una orden para mujeres religiosas educadoras fuera de claustro.

En sus Escritos, Marguerite escribe acerca del amor del amante. Ella amó a Jesús con este amor y quiso estar siempre en presencia de Dios, como una madre que es apasionada por su hijo pequeño, nunca [lo] pierde de vista. Por lo tanto, la vida consagrada fue su elección natural de una forma de vida. A imitación de la Virgen María conversar con el prójimo, Marguerite vivió con mujeres que tenían el mismo deseo, servir a las personas y difundir la Palabra de Dios.

Creo que deseaba que su comunidad fuera el modelo de una comunidad humana y testigo viviente en este mundo. Su deseo más profundo era que los mandamientos de amor fueran grabados en su mente y en la de sus hermanas: Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente… Amarás a tu prójimo como a ti mismo.

El encontrarme con hermanas comprometidas en varios ministerios educativos y apostólicos me ayudó a entender mejor a nuestra Fundadora. He aprendido que vivir su carisma es sumamente importante para las hermanas en su proceso de discernimiento, encontrar su vocación y ministerio. Todas tenemos que discernir dónde estamos y a dónde estamos siendo llamadas, a través de nuestros diálogos con nosotras mismas, con nuestras superioras, con Jesús y con Marguerite. Lo que se requiere de nosotras es que maduremos como personas y que crezcamos espiritualmente como religiosas, así como comprender el carisma y vivirlo apasionadamente.

Debido a que me acostumbré demasiado a una vida de enseñanza en el ambiente protegido de las escuelas CND, quizás haya perdido la visión de «por qué fui enviada a esta misión». Mi misión es abrazar a Jesús y transmitir, por medio de palabras o acciones, la buena nueva de que «Tú eres preciosa a los ojos de Dios. Dios te ama. Tú eres sumamente importante para Dios». De la misma manera que deseó Marguerite, mi misión es difundir el mandamiento del amor construyendo relaciones afectivas con mis hermanas y compañeras de trabajo. Mi misión es un compromiso total a mi vida consagrada, eso es lo que las primeras misioneras deseaban transmitir a las generaciones futuras al arriesgar sus propias vidas.

Las hermanas misioneras han traído muchos regalos al Japón: la Palabra de Dios, la espiritualidad de Marguerite Bourgeoys, la educación, la vida religiosa… Yo sé que he recibido muchos regalos durante mi estadía en Canadá. Sin embargo, cuando pienso en qué he logrado en Canadá, no estoy segura. Pero una cosa si es cierta: he hablado de Fukushima.

El 11 de marzo de 2011, la costa noreste del Japón fue golpeada con un terremoto y un tsunami. El terremoto destruyó comple­tamente el convento construido por las hermanas misioneras en 1935.

Este desastre sin precedentes dañó la Planta Nuclear de Fukushima. La contaminación radioactiva ocasionada por la fusión del reactor nuclear tiene un impacto devastador a largo plazo en la salud de las personas de Fukushima. Muchas familias dejaron Fukushima, con el propósito de proteger a sus hijos de la exposición radioactiva. De hecho, la cantidad de estudiantes en las escuelas CND disminuyó grandemente. Sólo en nuestro kínder, 40 % de los niños dejaron Fukushima.

Al enfrentar la terrible realidad, nuestras hermanas se preguntaron qué hubiera hecho Marguerite si hubiera estado aquí, y se plantearon varios proyectos. Primero, establecieron un programa de becas para los estudiantes afectados. Reconstruyeron el kínder, que cuenta ahora con un patio de juegos encerrado con paredes de vidrio, de manera que los niños puedan jugar en el interior sin estar expuestos al aire contaminado. Algunas hermanas, en colabo­ración con varias diócesis, tienen un proyecto para enviar a los niños lejos de la radioactividad a centros vacacionales durante el feriado de verano. Algunas hermanas visitan regularmente a las víctimas que viven todavía en las casas temporales, con el deseo de escuchar sus problemas y preocupa­ciones, o solamente para acompañarlas. Reciente­mente, un grupo de voluntarias se ha unido a este proyecto. Ofrecen apoyo emocional a las mujeres que enfrentan un futuro incierto, especialmente en cómo criar a sus hijos bajo estas circunstancias.

El verano pasado asistí a la Reunión de la Red de Justicia Social CND en nombre de la provincia japonesa y presenté, utilizando una presentación PowerPoint hecha por las hermanas de Fukushima, el estado actual de Fukushima y cómo las hermanas japonesas están enfrentando estas situaciones difíciles.

Las hermanas y personas asociadas de la provincia estadounidense han elaborado un proyecto de ayuda llamado «Proyecto de Solidaridad Blessed Sacrament CND Fukushima». Este es una gran ayuda moral y financiera para nuestras hermanas. Las hermanas estadounidenses han mostrado un verdadero sentido de compasión, que fue tan querido para Marguerite. Me recuerdan que soy una verdadera miembro de la familia internacional CND.

En abril, regresaré al Japón y seré asignada a Fukushima. Continuaré con los enlaces entre las hermanas de Fukushima y de Norte América. Regreso a Japón abrazando el corazón de Marguerite Bourgeoys que encontré en Montreal.